"Starship Troopers 3: Marauder" se acerca. Casi parece una amenaza, pero es que tiene toda la pinta.
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La primera entrega, incomprendido alegato antifascista de Paul Verhoeven, se estrenó en 1997. La segunda pasó directamente al mercado videográfico. Esta que se avecina vuelve a la gran pantalla pero tiene toda la pinta de una serie B bastante menor. Lo peor es que visualmente (efectos especiales y demás) no parece que hayan pasado 11 años entre la de Verhoeven y esta de ahora. El prota, Casper van Dien, luce igual de sanote en su papel de Johnny Rico, oriundo de un Buenos Aires devastado por las tropas de "insectos" provenientes de Klendathu. La mala noticia es que nos perdemos a Carmencita Ibañez, una indescriptible Denise Richards en su mejor época.
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La película original estaba inspirada bastante fielmente, sin llegar a ser ni de lejos una adaptación, en la novela del mismo título en inglés, conocida en España como "Tropas del espacio" escrita por Robert A. Heinlein en 1959. Aunque gran parte de la crítica y mucho público acogió el film de Verhoeven como una americanada imperialista y fascistóide lo cierto es que, al igual que otros filmes del director holandés como "RoboCop", la nada sutil ironía que desbordaba la obra dejaba bien claro cuál era la pretensión del autor.
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En cualquier caso, y dado que estamos en época de elecciones, aprovecharé la circunstancia del lanzamiento del trailer de esta tercera entrega de las aventuras de los marines espaciales en su lucha contra los insectos invasores para exponer parte de la filosofía de la novela, ampliamente diseminada en sus páginas y no del todo escondida en los planos de la adaptación fílmica.
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Heinlein postula en "Tropas del espacio" la ciudadanía como mérito alcanzado tras haber servido durante un período como voluntario en el Ejército. Sólo tras haber cumplido (no necesariamente luchando) y licenciarse, se adquiere la ciudadanía, lo que da derecho entonces y SÓLO ENTONCES a votar y ser votado.
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Claro, en un primer momento el militarismo y el autoritarismo serían evidentes, pero a lo largo de la obra literaria (reducidas a un par de conversaciones al inicio de la película, que termina decantándose más por la acción) tal postura es ampliamente expuesta, elaborada, debatida y defendida.
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Lo que se pretende con este paso previo a la condición de ciudadano es algo en realidad bastante plausible: la adquisición de la virtud cívica. Sólo tras haber formado parte integrante, por ejemplo, de un grupo de marines espaciales, que pasan por la más estricta preparación, se convieten en los más duros y mejores combatientes y que SOBRE TODO confían ciégamente en quienes les rodean porque saben que pueden depositar su vida en las manos de sus compañeros, sólo entonces, cuando son conscientes de que la fuerza está en el grupo y que el individuo debe en ocasiones sacrificarse y esforzarse por el bien común, sólo entonces, como digo, adquiere la responsabilidad para discernir entre lo que es bueno para él y lo que, quizá incluso perjudicándole individualmente, constituye una mejor opción porque al final redunda en un mayor beneficio para la comunidad.
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Henlein, en medio de la Guerra Fría, situaba el escenario en una confrontación bélica contra un enemigo sin piedad, una raza de pseudoinsectos gigantes que actuaban (como muchos insectos) también como una masa que antepone su individualidad en pos del beneficio del enjambre, la colmena o la reina ponedora de larvas, pero la sutil diferencia es que los insectos no tienen conciencia de su individualidad mientras que el hombre sí. El hombre dispone de libre albedrío, de capacidad de comprensión, no de mero aprendizaje. Por ello alcanza la responsabilidad consciente.
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Tras pasarlas putas luchando contra insectos del tamaño de una furgoneta pequeña que le superan en proporción numérica, el marine espacial se licencia y pasa a ser ciudadano. Entonces puede votar y ser votado. Sólo entonces, cuando ha aprendido lo que es esforzarse y sufrir por un bien mayor que el suyo propio, se le considera en la ficción de "Tropas del espacio" preparado para ostentar el alto honor que supone elegir a sus representantes y poder ser él mismo un representante. No serían en este momento los intereses particulares los que guiarían su proceder, sino los de la comunidad a la que representa.
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Supongo que hoy día defender la postura de que sólo el que haya hecho la mili ("y con aprovechamiento", que diría Pazos) estaría capacitado para votar sería tan absurdo como ilógico, lo mismo que reinstaurar la obligatoriedad de pasar un año o 9 meses o el tiempo que sea vestido de mimeta pegando barrigazos en el campo de maniobras de Chinchilla, pero tanta ONG como hay (y muchas más que serían necesarias) quizá desempeñarían sus funciones más eficazmente si contaran con un contingente mayor de... bueno, ya no se llamarían Voluntarios, claro.
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La Prestación Social durante una etapa de la vida, no necesariamente un año seguido mañana, tarde y noche, pero sí organizada de alguna manera compatible con estudios y/o trabajo, puede que fuera una manera eficaz no sólo de promover mayor ayuda y labores de sostenimiento de las iniciativas más necesarias para los más necesitados o para aquellas iniciativas para las que los Presupuestos Generales del Estado siempre se quedan cortos, sino también un medio para inculcar una cierta conciencia cívica en gran parte de la población, sin distinción de sexo, edad, credo o raza y, en fin, si es obligatorio pagar impuestos para ayudar al sostenimiento del Estado ¿porque no pasar una temporada o unas horas al cabo de la semana durante unos meses realizando alguna de estas infinitas labores para las que tantas manos hacen falta?
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Quizá así alguno aprendiera a valorar el bien común y hacer un uso responsable de esa arma en forma de papeleta que el día 9 de marzo no todos acudirán a depositar en una urna. Virtud cívica y bien común... ¿ciencia-ficción?
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