Superman nació en plena época de la Depresión en Estados Unidos, de la mente de dos artistas de origen judío (Joel Siegel y Jerry Shuster) y bien consciente bien inconscientemente dotaron a su personaje de todo un catálogo de elementos mesiánicos en el más puro sentido de la palabra: alguien enviado por una instancia superior para salvar a los hombres.
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A lo largo de los 75 años que lleva entre nosotros el también llamado último hijo de Krypton han sido unos cuantos los textos dedicados a analizar este trasfondo religioso así como se han sucedido los “guiños” a dicha concepción en los cómics del personaje, pero quizá nunca hayan aparecido tantos y algunos tan evidentes como los que podemos ver en la última película estrenada sobre el personaje, “El hombre de acero”.
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Sería ahora demasiado prolijo de detallar, pero de hecho la película recibe ese título y no el de Superman, palabra que no se llega a pronunciar cuando Lois Lane parece a punto de hacerlo y son interrumpidos, debido a complicaciones derivadas de los derechos de autor sobre el nombre del personaje.
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Podríamos establecer un doble nivel de referencias mesiánicas o directamente cristianas en “El hombre de acero”, en primer lugar las que son consustanciales desde su origen al personaje, su historia y circunstancias y se nos muestran de nuevo para reafirmarlas pero por otro lado también hay que distinguir pequeños atisbos particulares de esta película en concreto que parecen subrayar esa tipología.
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Procedente de otro mundo, es enviado a la Tierra por su padre, sabedor de que aquí tendrá unas capacidades que sobrepasarán las del resto de sus semejantes (porque, casualmente, la apariencia de kryptonianos y terrícolas es idéntica) pero precisamente por eso (en la película se dice “para ellos será como un dios”) también le pide que no se inmiscuya en los asuntos de los hombres (el bíblico “al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”).
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En la Tierra unos padres sencillos, humildes y ya con una cierta edad reciben un hijo como regalado por el cielo, transmutando el pesebre por una granja y con el anuncio en el firmamento en ambos casos de una estrella luminosa que rompe la noche. El niño revela paulatinamente su condición pero sus propios padres le aconsejan no significar sus capacidades.
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Tendrá que fallecer el padre y sobrevivir la madre para que el ya crecido joven inicie una búsqueda de sí mismo (travesía por el desierto o por las vastas superficies heladas) en la que descubra cuál debe ser su misión en este mundo, momento a partir del cual se enfundará en su nuevo traje (túnica) dedicándose a salvar abiertamente a aquellos que sufren calamidades.
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En “El hombre de acero” complementamos estos elementos habituales en las historias del personaje con pequeños detalles que no hacen sino confirmar la deuda con lo que hemos podido conocer a través del Nuevo Testamento.
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Así tenemos las tentaciones que en su “travesía por el desierto” sufre Clark Kent de mostrar sus poderes cuando en una cafetería un camionero se propasa con una camarera, aunque posteriormente sí que cede y al menos anónimamente realiza una demostración de su poder a modo de lección. No podemos olvidar que lo primero que vemos del joven Kent es que es pescador (con la de oficios que hay en el mundo para elegir) y que acude presto a ayudar a quienes se encuentran en dificultades en alta mar aunque no caminando sobre las aguas sino sobrevolándolas.
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Esta será la primera vez en que veamos cómo tras una experiencia cercana a la muerte el protagonista adopta una posición muy reconocible con los brazos extendidos (y además en esta ocasión con barba y el torso desnudo) recobrando sus poderes gracias a la acción de los rayos del sol.
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Tras salir airoso de esa aventura llega a un pueblo en el que el director de la película parece muy interesado en mostrarnos un plano general de una calle en la que nada destaca especialmente salvo el edificio del fondo, una iglesia en cuya fachada resulta significativa la presencia de una gran cruz. Delante hay estacionado un autobús escolar, quizá como recordatorio del momento en el que el pequeño Clark mostró públicamente por primera vez sus capacidades al salvar a sus compañeros de colegio de un accidente de tráfico. El plano del pueblo y la iglesia se mantiene fijo más allá de lo que habitualmente sería adecuado simplemente para situar geográficamente la acción, por lo que cabe intuir que algún papel juega la insistencia en mostrarnos la cruz y la iglesia.
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Posteriormente y antes de asumir definitivamente su misión Clark cursará visita al párroco de su localidad de crianza, Smallville, y será en el interior de la iglesia local donde le revele sus miedos y especialmente su diferencia con los demás, pues es capaz de hacer cosas vedadas para el común de los mortales y además confesará que no pertenece a este planeta ("mi reino no es de este mundo").
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En su camino Clark Kent se cruzará alguien que contará a los demás la verdad sobre él (una periodista, actualización de los evangelistas que difunden la palabra) aunque ante las primeras dificultades se verá obligada a negarle, a pesar de que no llegamos a escuchar el canto del gallo.
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Enseguida descubrirá el protagonista de la película su verdadera misión gracias a las revelaciones que desde más allá de la vida y de la muerte le transmite una representación virtual de su padre que le muestra el camino a seguir, complementando las enseñanzas que a lo largo de su niñez y su juventud le ha aportado su padre terrenal/terrestre/terrícola, incluyendo la conciencia de su auténtica naturaleza, la reiteración de que debe mantener sus facultades sobrehumanas ocultas debido al miedo que podría despertar en los hombres, pero por encima de todo le transmite los principios de sacrificio y unos importantes valores humanos, sabedores ambos de que Clark no es como nosotros.
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De hecho, como descubriremos más tarde, su propio ADN está compuesto por la información del conjunto de todos los habitantes de Krypton, quienes eran diseñados genéticamente para fines específicos. Queda para otro día la discusión sobre la crítica al colectivismo determinista y la planificación estatal frente al individualismo y el libre albedrío. Casi en homenaje a “Matrix” vemos que no nacen sino que se les cultiva, aunque Kal-El, sí es hijo natural de Jor-El y Lara, de ahí su singularidad y que podamos seguir llamándole el último hijo (natural) de Krypton. De nuevo una concepción diferente a la del resto.
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Podemos afirmar que Kal-El está hecho a imagen y semejanza de toda su civilización. De ahí que sea especialmente destacable que el general Zod, su némesis en esta película y quien como él mismo afirma “no me detendré hasta que termine contigo, me crearon para esto” pueda recibir la asignación de “angel caido” de la función. No quedará más remedio que eliminarle. Estamos ante un mesías cuyo sacrificio no consiste en morir por nosotros sino en matar por nosotros a quien desea acabar con nuestra existencia. Nuestra salvación llega por su sacrificio. En su grito desesperado podemos ver el dolor que le produce tener que acabar con una vida, a pesar de que ello signifique evitar males al resto de la Tierra.
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Ante la amenaza del general Zod sobre la Tierra la identidad del Hombre de Acero como perteneciente al mismo planeta del que procede le lleva a ser detenido, aunque nos ahorramos la traición y prendimiento en el Huerto de los Olivos y por supuesto la flagelación, a la que sería indiferente puesto que vemos como ante una agresión en su infancia a la que el pequeño Clark no reacciona más que apretando con fuerza (hasta deformarla) una barra metálica su padre terrestre le pregunta si le han hecho daño a lo que responde “sabes que no pueden hacerlo”. Jonathan Kent insiste: “sabes que no me refiero a ese daño”, en alusión a la dura prueba que supone sufrir agresiones y no responder porque con su gran fuerza podría causar enorme daño a quienes le golpean.
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Liberado Kal-El acude al encuentro de los que como él vienen del otro extremo del cosmos y asciende a las alturas, donde casi encuentra la muerte debido a que tras tanto tiempo en la Tierra su organismo no soporta las condiciones de la atmósfera de su Krypton natal. Por cierto, en un momento dado de la película el propio Superman alude a que lleva 33 años en nuestro planeta. De nuevo, como con la elección de la profesión de pescador, no había otra cifra para expresar la edad del enviado para salvarnos.
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Ayudado por las instrucciones de su padre a Lois Lane, puede finalmente escapar de la nave kryptoniana cuando está al borde de la muerte y de nuevo es llamativa la manera en la que el director de la película decide plasmarlo en imágenes: destrozado el casco de la nave, abierta su tumba, Superman sale al exterior, recibiendo la luz del sol, que con sus rayos amarillos le confiere su fuerza sobrehumana, y el Hombre de Acero flota ingrávido en el espacio, de cara a nosotros, extendiendo sus brazos en forma de cruz. Se llena de energía y tras haber escapado de la muerte se gira para volver de nuevo a la Tierra a procurar nuestra salvación.
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¿Es Superman nuestro salvador? Sí, a pesar del exceso de escombro de la parte final de la película queda claro que sin su intervención y si no es él quien acaba con la vida del general Zod nuestro mundo habría sucumbido al mal.
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¿Es superior a los simples mortales? Sí, es capaz de obrar prodigios que se escapan a las capacidades físicas de los seres humanos... pero además y precisamente a consecuencia de esa condición ha sido educado por su padre terrenal y su padre “celestial” en una moral que le impulsa a emplear sus poderes únicamente para el bien, jamás en provecho propio y siempre en defensa del desvalido.
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Forzados unos, inintencionados otros, muy poco sutiles algunos, lo cierto es que elementos comunes a Jesús de Nazaret y Superman tampoco deberían parecernos extraños pues son consustanciales al relato clásico del héroe y se repiten en modelos que quizá sí estuvieron más cercanos a la intención de Siegel y Shuster (recordemos, eran judíos, no cristianos) como puede ser el propio Moisés, también de origen humilde, rescatado en un vehículo que cruza una larga distancia, adoptado y llamado a un mayor destino, dotado de capacidades extraordinarias y salvador de todo un pueblo.
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Si Roma o el Sanedrín podían temer el potencial de un revolucionario judío de hace dosmil años debido a las ideas que podía alentar en la población de Jerusalén el planeta entero podría temer a alguien venido de otro planeta con la capacidad de ser virtualmente indestructible. Pero podemos estar tranquilos, su causa es el bien y además, como afirma el propio protagonista “me he criado en Kansas, no podría ser más americano”. Está, pues, a salvo la paz y la libertad mundial.
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