22.8.09

Aquellos polvos traen estos lodos


La ex-directora de la Academia española de cine, Marisa Paredes, se acaba de caer de un guindo.
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Me sorprende que alguien con cierta edad y a quien no considero especialmente tonta haya tardado tantos años en darse cuenta de que los actos tienen consecuencias. Y que en ocasiones nos sale el tiro por la culata.
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Con motivo del empecinamiento del ex-presidente Aznar en que España participase en la guerra de Irak gran parte de la opinión pública española manifestó su desacuerdo, algo tan razonable y comprensible que huelga discutirlo. Aunque también me gustaría recordar que nuestra participación consistió en enviar un buque hospital al Golfo que además llegó cuando la estatua de Saddam ya había sido derribada, con lo que en puridad España no se fue a combatir en ninguna guerra sino que fuimos en plan ambulancia. La cuestión es que incluso esa participación está muy justificado que haya quien esté en desacuerdo y así lo manifieste.
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El problema llegó cuando un grupo de profesionales aprovechó su evidente notoriedad y proyección pública para tomar partido, no ya por una opción pacifista y/o antibelicista sino extendiendo su protesta hasta dotarla de una carga ideológica frentista y excluyente.
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¿De verdad pensaban que no iba a tener consecuencias negativas para ellos su posicionamiento político? ¿Creyeron, en serio, que toda España iba a estar de acuerdo con su postura y que nadie iba a estar en contra de su petición, de la forma de expresarla y del talante airado empleado? ¿Jamás imaginaron que quienes opinasen de forma contraria podían llegar a optar por manifestar su descontento dejando de comprarles su producto?
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Con anterioridad se habían producido protestas por parte de determinados segmentos de población que, contrarios a posturas políticas de nacionalistas catalanes habían optado por desarrollar un boicot a los productos de procedencia catalana, el célebre boicot al cava, como ejemplificación de un desacuerdo político. En Murcia sabemos de esto, hace años los camiones que transportaban verduras, frutas y hortalizas de nuestra Huerta eran sistemáticamente volcados y quemados al pasar las fronteras francesas por los agricultores de dicha nacionalidad en protesta por las condiciones ventajosas (por precio y calidad) que en los mercados europeos tenían nuestros productos. Como consecuencia muchos recordaremos aún las campañas de "productos franceses, no gracias" y aún hoy día existe esa respuesta condicionada de forma casi pauloviana que nos impulsa a comprarnos antes un Seat que un Renault y a comprar en Mercadona antes que en Carrefour.
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Pero no, con el cine eso no podía pasar.
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Embebidos en su orgullo, en la convicción de estar haciendo ARTE y de estar dotados por ello de una superioridad moral proveniente del heredado glamour del Séptimo Arte y del olimpo hollywoodiense, nuestra gente del cine se consideró portavoz autorizado para emplear su notoriedad en la propagación de su ideología política, sin contar con que en España vive mucha gente, no todos pensamos lo mismo, no todos votamos lo mismo y, especialmente, que aquí somos casi todos bastante cabroncetes, y cuando nos tocan los perendengues muchos preferimos responder, aunque sea a nuestra manera.
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Y claro, la Democracia es lo que tiene, que aunque no se pase por las urnas al final la mayoría termina sino imponiendo al menos sí exponiendo su postura. Y la postura de la gran mayoría de los españoles es que a partir de las manifestaciones del "No a la guerra" no iban a ir al cine a ver películas españolas.
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Y ojo, que esto no significa de manera directa que toda España sea gaviotera, el PSOE lleva dos legislaturas gobernando y el PP, pese a lo que está cayendo, no termina de tomarle la delantera. Y muchos votantes del PP también estaban en contra de la participación de España en la guerra de Irak (que se lo cuenten a Rodrigo Rato, sin ir más lejos). Pero si la evidencia es tan clara que al cabo de los años hasta una de las precursoras de las manifestaciones ha tenido que sucumbir a la tozudez de la realidad, también hay que reconocer que necesariamente en estos últimos años en los que España ya no está en Irak, Aznar ya no está en el Gobierno y el Presidente de España es alguien que contaba con las simpatías de todos aquellos manifestantes, algún poso debe quedar para que las salas de cine se vacíen cuando se estrena una película española.
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Y no nos queda más remedio que concluir que junto a la tradicional sequía de ideas y productos de calidad, los actos de aquellos meses de enfrentamiento entre cineastas y Gobierno siguen manteniendo sus consecuencias, de manera negativa para los entonces aguerridos y combativos manifestantes que hoy siguen llorando por la desbandada y el desinteres hacia sus obras.
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Si el cine español lleva décadas tratando de remontar el vuelo y solo ocasionales oasis de talento ("Mar adentro"), sensibilidad ("Mi vida sin mi"), novedad ("El orfanato"), marketing ("Los dos lados de la cama"), expectativas ("Alatriste") o de identificación con la necesidad de diversión sin complejos del público ("Torrente") le sacan de su letargo, es razonable pensar que poner en riesgo las ganas del público de dejarse el dinero (cada vez más caras las entradas, por cierto) en la taquilla de una película nacional es jugar con un fuego muy volátil, máxime en momentos en que con los cómodos sistemas de cine en casa y la generalizada descarga de peliculas de Internet llevar al espectador a la sala es un reto cada día más árduo.
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Poca inteligencia se demostró entonces, al menos ahora una voz desde las que entonces tanto gritaban sale para decir, aún con cierta arrogancia, "metimos la pata".
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Ganan cientos de veces más, son infinitamente más populares, miles de jóvenes les toman como modelos a imitar y tratan seriamente de seguir sus pasos y triunfar como sus ídolos, y además arrastran a millones de espectadores cada semana que incluso no dudan por pagar más caras las entradas cuando se agotan (porque aquí sí que se agotan las entradas por caras que sean). No creo que moralmente sean inferiores ni que tengan prejuicios para aprovechar su condición de ídolos de masas en defensa de ideales o posturas políticas o que sean tan materialistas que prefieran no poner en riesgo la posible bajada de recaudación si se propusieran salir a la calle a manifestar una postura política consensuada como gremio profesional... con toda la condición que tradicionalmente se les atribuye de no ser unos lumbreras o de servir solo para pegar patadas y correr en calzón corto, los futbolistas no han optado por erigirse en portavoces morales de la sociedad y aprovechándose de su proyección pública defender una postura ideológica.
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Quizá algunos, envueltos en los ropajes del Séptimo Arte, deberían aprender de la coherencia de unos profesionales que no tratan de aprovechar su posible influencia en los aficionados para imponerles su ideología haciendo proselitismo. Y aunque no me cuente entre ellos porqueeste deporte me es bastante ajeno, hay quienes también consideran ARTE lo que hacen los futbolistas. Ahora que lo pienso, el primer gol de Zinedine Zidane en el Madrid logró emocionarme... cosa que no hacen muchas películas españolas...

2 comentarios:

nostromo dijo...

Chapeau, Mr. Rentero.

Antonio Rentero dijo...

Merci beaucup, mon cher cousin.