La Europa laica

El 29 de octubre de 2004 los 25 Jefes de Estado y de Gobierno y los respectivos Ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros de la Unión Europea firman el texto de la Constitución Europea en Roma, en la Sala Julio César del Palacio Senatorial de la ciudad. La sala está presidida por dos enormes e impresionantes estatuas de los Papas Inocencio X y Urbano VIII.

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Pero en el preámbulo de la presunta Constitución Europea se ha rechazado la inclusión de una alusión a las raíces cristianas de Europa, obviando Sacros Imperios, Caminos de Santiago o simplemente que el significado de la bandera que representa a la UE no es sino la advocación de la Vírgen María (color azul celeste y doce estrellas doradas), como reconoció en su día el creador del emblema, el artista belga Arsene Heitz, cuando la diseñó en la década de los 50, al inspirarse nada menos que en la Biblia: "Apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas" (Apocalipsis, 12:1).

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Esta simbología fue plácidamente aceptada en una decisión tomada de manera oficial nada menos que el día 8 de diciembre de 1955 (festividad de la Inmaculada Concepción) por los integrantes del embrión de la actual UE, Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, gobernantes todos ellos de creencias católicas y que creaban una Comunidad Económica Europea que por entonces no llegaba a los 12 países, por lo que olvidemos de una vez que las 12 estrellas tienen algo que ver con el número de Estados que en algún momento fueron los integrantes de la organización, sino que 12 es el número que en la cultura judeocristiana representa la plenitud (las 12 tribus de Israel, los 12 apóstoles...).

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No creo que sea demasiado positivo renegar, esconder, ocultar, quizá avergonzarse de los orígenes de una persona o un colectivo, y me da la impresión de que de un tiempo a esta parte se está incurriendo con demasiada banalidad, con demasiada facilidad en un comportamiento que muestra demasiados paralelismos con esa verguenza del pasado propio, lo que sea con tal de huir hacia adelante, y no todo es válido en la búsqueda del progreso, y menos olvidar quienes somos y de dónde venimos.

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Y últimamente todo parece condicir al optimismo que algunos ponen en la asunción de una laicidad que, por ejemplo, en el caso de España no tiene encaje constitucional. Porque el artículo 16.3 de nuestra Carta Magna establece que "ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones"... y aconfesionalidad no quiere decir laicidad.

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El diccionario de la Real Academia de la Lengua establece que laico significa independiente de cualquier organización o confesión religiosa mientras que aconfesional quiere decir que no pertenece o está adscrito a ninguna confesión religiosa. Esto, en el marco político, suele expresarse mediante un estado, respectivamente, que no contempla en absoluto como público el hecho religioso (por eso en Francia, Estado laico, una alumna no puede ir a un colegio público con un velo islámico) o bien que no se identifica con una creencia concreta aunque sí respeta no sólo el hecho religioso sino que incluso puede participar de las manifestaciones religiosas tradicionales o populares (por eso en España, Estado aconfesional, la autoridad civil acompaña a la religiosa en una procesión de Semana Santa) sin que ello signifique menosprecio hacia otras confesiones ni favoritismo hacia una concreta, más allá de que la larga tradición histórica y el amplio número de practicantes de una fe suponga que se debe prestar más atención a un número mayor de ciudadanos y favorecer la vertiente pública de sus creencias privadas.

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Europa quiere tener una Constitución laica, pero es que ni es un Estado (y por eso no puede firmar una Constitución sino un Tratado Internacional, según dictan las normas más elementales del Derecho Internacional Público y las del Derecho Constitucional que hasta un alumno de primero de Derecho reconocería) ni es ajeno en su Historia, sus costumbres, sus tradiciones, su simbología...

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El escritor T.S. Elliot se manifestó en una ocasión acerca del asunto: “La fuerza dominante en la creación de una cultura común es la religión. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero buena parte de lo que dice, cree y hace surge de su herencia cultural cristiana y adquiere significado con relación a esa herencia”.

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Todo esto se me ha ocurrido después de reflexionar sobre al Foro de la Alianza de las Civilizaciones que he comentado poco antes en este mismo blog... queremos aliarnos con otras civilizaciones cuando antes deberíamos simplemente dialogar con ellas... pero es que antes aún debíamos ser conscientes de QUÉ civilización es la nuestra, en qué consiste, de donde viene, hacia donde va...