Lo malo de escribir un texto, cualquiera, al que tengas que
poner un título, es decidir qué nombre ponerle a la criatura, y en este caso el problema era decidir sólo uno.
El fantasma de las Navidades pasadas, Pepito Grillo, la voz
de la conciencia, España ya no va bien, el jarrón chino volvió a hablar, la
oposición estaba dentro… son algunos de los que se me han ido ocurriendo para
etiquetar una pequeña reflexión sobre el revuelo causado por la entrevista
concedida días atrás por el expresidente Aznar en la que criticó duramente la
política de Rajoy, a quien acusó de incumplir el programa con el que concurría
a las elecciones y a quien pedía rectificaciones como una bajada inmediata de
impuestos.
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Fue otro expresidente, Felipe González (o “Glez.”, como
demoledoramente le bautizó Umbral a cuenta de la investigación del caso GAL y
la incriminatoria anotación “Pte. Para el viernes”, que unos interpretaban como
“pendiente” y otros como “presidente”) quien acuñó tras perder las elecciones
en 1996 contra Aznar aquella comparación entre un exmandatario y un antiguo
jarrón de porcelana, de gran valor pero que nadie sabe bien dónde ubicar para
que no moleste, para que no se vea, para que no se rompa.
Lo malo es cuando esa voz que nadie quiere escuchar porque
nos recuerda a un tiempo pasado (y si fue mejor o peor va por barrios) decide
romper el silencio y además desde una postura incómoda porque es directa,
crítica, medianamente articulada y además coincide con muchas de las críticas
que se reciben desde fuera. Esto es sacar los trapos sucios a colgar en el
balcón antes de lavarlos, que los vean los demás, los que nos han estado
señalando por llevar manchas en la ropa. Y quien coloca las pinzas ¡es de los
nuestros!
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Arroja luz sobre las sombras que se mantenían hábilmente de perfil, pone el dedo en la llaga, resalta lo evidente, no dejó títere con cabeza... elijan el lugar común deseado que la entrevista de marras pasó por todos ellos y cumplió con creces con lo esperado: conflicto, polémica, desencuentro... a cuenta de las diferencias que el tiempo ha matizado entre quien hace una década apuntó con su dedo y quien hoy sigue siendo apuntado por ese mismo dedo, entonces designando como elegido al apagafuegos de los hilillos de plastilina y hoy pidiendo rectificaciones a quien comparece desde la barrera del plasma.
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¿Ha sido Aznar la evolución de la niña de Rajoy, pero ahora
dedicándose a señalar que el Emperador va desnudo? ¿Y duele más que señale la
desnudez que los dedos de enfrente llevan tiempo apuntando o que lo haga desde
casa? ¿Duele la crítica, su certeza o que “es de los nuestros”? Bueno, esto
último entroncaría con el jarrón chino, la herencia de la bisabuela (hasta
lleva el escudo familiar) que cada vez menos se quiere reconocer como de la
familia.
En un país y un momento en el que la experiencia no se
valora como quizá sería justo y deseable, desde luego no podemos decir que se
aprovecha lo más mínimo cualquier reflexión concienzuda o desatinada ocurrencia
que provenga de quienes un día gobernaron nuestros destinos.
Recientemente se ha dicho que la postura crítica y
ostensivamente pública de Aznar puede contar con la simpatía de los votos, pero
no con la del partido. Y quizá esa conclusión sea precisamente el tejido del
que está hecha la capa de desnudez que cubre las vergüenzas de quien recibe una
enmienda a la totalidad que, por el mismo precio, ha dejado descolocada a la
oposición porque tampoco pueden decir “estamos de acuerdo con las palabras del
señor Aznar”… aunque lo estén.