Fue toda una casualidad terminar entrando en ese último bar. Aunque a la larga no terminó siendo el último.
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La excusa era tomarnos la última y deleitarnos con las neumáticas camareras, pero pronto todo se borró a mi alrededor. Había un grupo, media docena de chicas acompañadas de un chico. No podía dejar de fijarme en una de ellas. Vaqueros, zapatos negros, jersey negro, morena, gafas de pasta finas también oscuras. Sobre el pecho derecho tenía un pequeño girasol de tela. Cualquiera vería una chica normal. Puede que sólo yo percibiera su excepcionalidad. No sé porqué, pero lo sentía.
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La veía sonreír y una parte de mi cerebro retenía esa imagen mientras en un rincón la conversación con mi amigo seguía en modo automático. Mi mirada y la de ella se cruzaron un par de veces. Veía algo especial en ese rostro, no sé el qué, pero no podía apartar mis ojos de ella, no podía dejar de contemplar sus expresiones.
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Quiso, de nuevo, la casualidad que entabláramos conversación con dos chicas que acababan de llegar al bar. Yo procuraba situarme de manera que mientras manteníamos una serie de diálogos de tanteo pudiera seguir mirando a la chica del parche del girasol. Ocasionalmente seguían cruzándose nuestras ojos. La conversación con las otras dos chicas, mantenida por menos de la mitad de mi cerebro y por mi amigo en estado de gracia, progresaba y dejando atrás el embrión de toma de contacto y superado el estadio de mutua aproximación se adentraba sin solución de continuidad en la preparación de una noche conjunta de dobles parejas mixtas recién conexas.
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Ella seguía teniéndome magnetizado.
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Sus amigas comenzaron a recoger bolsos, chaquetas... abandonaban el local. No, no podía ser. ¿Qué hago? ¿Abordarla a la desesperada? ¿Cómo? Voy a hacer el ridículo más espantoso. Pero no podía quedarme ese sentimiento dentro.
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Probablemente sería de nuevo la casualidad la que ordenó la salida de su grupo de amigas (y amigo) de forma tal que ella, la chica de sonrisa alegre y mirada tierna, se quedó rezagada.
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-Perdona, espero que esto no te suene demasiado raro - fuí capaz de articular al abordarla. Ella me miró sin la expresión negativa que yo creía que iba a recibir - pero desde que entré en este bar no he podido dejar de mirarte. Sé que te sonará un poco como una locura, pero me gustaría conocerte. No me podría ir tranquilo esta noche a casa si no te lo hubiera dicho.
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-Ahora no va a poder ser... nos estamos marchando ya.
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-Ya... yo había pensado en vernos otro día.
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-Bueno - comenzó con una voz suave - lo que me suena es muy sincero, y me halaga mucho... pero - y sonrió con cierta tristeza mientras recogía su chaqueta blanca - no merece la pena.
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-No me digas eso.
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-No, en serio, no merece la pena.
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-Bueno, no serás tan mala...
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-No... es que estoy a punto de casarme.
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Giré sobre mis talones y di un golpe con las dos manos sobre la barra del bar, que estaba justo detrás de mi, en un gesto tan espontáneo como cómico.
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-En ese caso - acerté a articular - enhorabuena... a tu futuro marido.
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Esta sonrisa fue sólo para mí.
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-Gracias.
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-Sólo una cosa... ¿cómo te llamas?
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-Ana.
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-Ana... encantado - la así por los brazos y le dí los dos besos de rigor - Yo soy Antonio. Te deseo mucha felicidad.
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-Gracias... mucha suerte.
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Y se marchó con una sonrisa en los labios. La mía era de sabor agridulce.
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La noche continuó. Mi amigo se marchó y me dejó con las dos chicas. Terminamos en un local cuya descripción se resume en la palabra antro. Puerta con mirilla, ambiente cargado, gente que entiende y gente incomprensible, relajación de costumbres, conversaciones reveladoras, sentimientos desnudados, atracciones confesas, encuentros y desencuentros, copas derramadas, rescate de no tan damiselas en no tanto apuro en cuarto no demasiado oscuro, aseos multirraciales con concurso de snowboarding nasal... dejé a una de ellas en su casa cuando los pájaros cantaban el alba, con el tiempo justo de pasar por mi casa, ducharme y cambiarme de ropa para ir al trabajo.
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Comienza un día que nunca acabó y la misma idea sigue susurrándome su mensaje. Mereció la pena, Ana, mereció la pena decirte lo que pasaba dentro de mí. Que seas muy feliz.
10 comentarios:
Nunca he leído nada de Umbral o Cela que me haya gustado tanto como lo que cuentas y cómo lo cuentas, Rentins... El mismísimo Hemingway hubiera firmado sin problemas esta magnífica pieza literaria...
Ohhhhhhhhhhhhh, que bonitoooo.Vamos que la niña era una monada.
Está ud hecho un romántico, sr. celador.
PD: Quizás tuviese una hermana de buen año, digo yo.
Umbral, Cela, Hemingway y un cariñoso diminutivo de mi apellido en la misma frase... y sin mediar precio o recompensa!!!
Acudir al lugar común de decir que me siento abrumado y sin palabras es lo menos que me sale con el calor que hace y las pocas horas de sueño que acumulo.
Y sí, querido Imperator, tenemos un murciano afortunado a punto de contraer matrimonio con una criatura deliciosa... y no soy yo... como tampoco soy la criatura, que sé que algunos escriben trasuntos autobiográficos tratando de adornar su vida con trasfondos literarios ;-)
Se me olvidaba, querido Sushi... tómate lo que quieras :-)
Ummm esto... Antonio... lamento ser tan pedestre pero... se te ha ocurrido que... bueno... te lo hubiera dicho para quitarse de en medio y realmente no fuera a casarse?...
Ellas son capaces de eso y mucho más...
Entra dentro de lo posible, pero es como resumir el Quijote diciendo que es un gordo y un loco dando tumbos por La Mancha...
La vida es más bonita con literatura en los ojos.
Ten cuiado Goliadkin, que así, cuestionando sus contares, Rentero no te va dejar meterle mano a su colección de 30.000 cómics...¡y vendrás a meter tus zarpas en la mía, so Lucas Trapaza!
Con una budweiser (eso sí, enfrente de la nena de la historia) me apaño, Antonio. Merci
Di que si Antonio, la verdad es que tienes toda la razón no es que sea más bonita, es que sin ella vamos aviaos...
Admirable, sí señor, sobre todo los ya famosos "santos cojones" de ir hacia una tía y decirle lo que sientes, y la verborrea posterior.
En un libro leí una vez: "Un aplauso por los que lo intentamos, aunque luego..." y decía "la ...amos". Pues eso, un aplauso, eso sale de dentro en momentos similares.
En una ocasión tuve un encuentro en Las Tascas hace años, que terminó mal -no la volví a ver- por decir a una chavala que la admiraba y eso que era la segunda vez que la veía y hablaba con ella (2 encuentros fugaces, el primero presentada por un conocido) ya lo contaré (no quiero parecer el Yayo de los Cebolleta), y aquella mujer tardó en írseme de mi memoria visual mucho tiempo, y su dulzura, y su manera de mirar (era una Cristina Rosenvinge murciana, todavía la recuerdo agarrada a mí en una fría noche del febrero murciano, borrosa en mi mente, pero me acuerdo).
Por otra parte, no sé si efectivamente lo del casamiento era una excusa o qué, algunas se las saben todas, hombre tal y como lo cuentas, no sé, no sé, tal vez sí, tal vez no... pero reitero mi enhorabuena por lo que hiciste.
Gracias, Tigre, pero no era cuestión de valor, sino de acabar con la angustia de mil noches futuras de pensar "¿pq no le dije nada?".
Más vale una vez colorao que ciento amarillo y esas cosas... la mayor verdad era la necesidad de sacar lo de dentro.
¿La boda como excusa? Bueno, nadie es perfecto.
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