Algunos dicen que el marathon es la vida, otros que la vida es un marathon.
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Si así fuera, el domingo 1 de noviembre de 2009, mi vida transcurrió en siete horas y cuarenta y cinco segundos por las calles de Nueva York. (Nota: en la foto el cronómetro de meta marca 7:03:33, en el momento de iniciarse la carrera yo no estoy justo sobre la línea de salida, y aunque en mi cronómetro personal mi carrera duró 6 horas y 56 minutos el tiempo oficial que dice la organización que hice es de 7 horas y 45 segundos... y qué demonios, es un número bonito)
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¿Cómo resumir una vida? ¿cómo resumir un marathon? No es sencillo.
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Siendo honesto mi marathon de Nueva York comienza hace poco más de un año, después de sufrir la pérdida de Mamen, una de mis mejores amigas (y tengo bien pocas) y novia de Javi, uno de mis mejores amigos, de los que en una mano sobran dedos para contar. A Javi le surgió la oportunidad de correr esta carrera y me costó muy poco enrolarme con él en esta locura, a pesar de que lo máximo que yo corría hace un año eran 5 minutos un par de días por semana en una elíptica.
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Siempre hay quien dice que correr es de cobardes, pero todo depende de en qué dirección se corre. Nosotros corríamos, entre otras cosas, porque en nuestro interior seguía latiendo un corazón que se había detenido para siempre. Esta mañana de noviembre pude darme cuenta de que ni las piernas ni la cabeza te hacen terminar un marathon.
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Probablemente un día desmienta mis propias palabras de ahora, pero creo que nunca volveré a correr un marathon. El hábito de correr que he adquirido este año me ha enganchado por completo y hay medios marathones y carreras de 10/15 kms muy divertidas en las que seguiré participando, pero castigar el cuerpo durante 42 kilómetros y 195 metros es tremendamente duro y solo una motivación poderosa te lleva a la meta.
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Además este 1 de noviembre he vivido algo que no creo que pueda encontrar en muchos sitios: gente y escenario.
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Reconozcámoslo, Nueva York es una ciudad tan única como emblemática, forma parte de nuestra memoria cinematográfica, es algo más que una simple urbe... correr por los cinco barrios de esta ciudad (Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx, Harlem y Manhattan) es recorrer rincones que nos resultan familiares, cercanos, en absoluto te sientes un extraño en tierra extranjera.
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Pero la gran sorpresa es la gente... la maravillosa, cariñosa, animosa, entregada, exultante, amable y cálida gente de Nueva York. Más de dos millones de neoyorquinos que se echaron a la calle a vivir la fiesta en la que más de cuarentamil personas corrían por sus calles, entre su casas, haciendo que nos sintiésemos como si corriésemos en casa, rodeados de amigos, de familiares. Donde quiera que miraras había caras amistosas, sonrientes, con palabras de ánimo, con gestos de aliento, niños entusiasmados de que chocases la palma de la mano con ellos, que te ofrecían una chocolatina (la noche anterior había sido Halloween) para recuperar glucosa, que te daban un plátano para coger algo de potasio... me sorprendí a mi mismo al pasar por el cartel de 20 Kms sin notar en mi cuerpo el haber corrido esa distancia y en parte fue gracias a ese apoyo constante.
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Desde luego si algo nos proporcionó la exquisita organización fue aliento desde el principio.
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Poco antes de dar las 10 de la mañana, varias decenas de miles de personas nos apiñábamos en el Puente Verrazano-Narrows que parte de Staten Island. Como decían en el corto "El secdleto de la tdlompeta"... aquella fría mañana... ¡AQUELLA FRÍA MAÑANA! Cielo gris, plomizo, amenazando llovizna, intermitentemente surcado por helicópteros, por megafonía suena la voz de alcade de NY, Michael Bloomberg (elecciones en dos días) que nos sorprende con un discurso de menos de un minuto, sin tintes electoralistas, escueto, adecuado, animándonos... Gallardón estaría aún metiendo rollo. Voz femenina (en nuestra mente la imagen de una negra gorda, no sé porqué) cantando el himno americano. Suelta un gallo en alguna estrofa. Hasta los forasteros terminamos entonando al final "in the land of the free and the home of the brave".
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Llegado el momento de salir corriendo ¿cómo consigues que decenas de miles de participantes escuchen un pistoletazo de salida? Fácil. Con un cañonazo. Apabullante.
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¿Cómo consigues que esas mismas decenas de miles de corredores empiecen una carrera de 42 kilómetros con 192 metros subiendo por un puente colgante, con la piel de gallina, cantando a voz en grito y con un subidón de adrenalina? Haciendo que por una megafonía de gran calidad se escuche nítidamente a Frank Sinatra cantando "New York, New York". I wan to be a part of it. I´m part of it (esta última frase es el lema del Marathon de NY).
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Desde ese momento vivir el paso por las interminables calles de NY (cuando llevaba recorrida media 1ª Avenida recordé que no llevaba el pasaporte para cuando llegase a la frontera con Canadá) fue a partes iguales una fiesta y un infierno. La gente te espoleaba a continuar y en ocasiones había que hacer esfuerzos por bajar el ritmo y no apretar más de la cuenta, los kilómetros pasaban casi sin darse cuenta, pero también había momentos en que eras dolorosamente consciente de que aquellos edificios tan pequeñitos que había a lo lejos eran Manhattan... en concreto la parte DE ABAJO de la isla... y yo tenía que ir A LA PARTE DE ARRIBA... y lo peor... cuando llegase al final de la isla TENÍA QUE VOLVER A BAJAR hasta más o menos la mitad... ¿en serio?
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Llegar al temido "muro" de los 30 Kms me asustó, pq estaba un año temiendo esa pared donde dicen que se estrellan las esperanzas de tantos valientes. Lo primero que pensé es "¿muro? ¿muro? ¿qué pijo muro?". Había bajado el ritmo desde el Km20 porque mi única intención era terminar, como fuera, aunque fuese de paseo, así que desde el principio hice todos los avituallamientos caminando (además, eso de beber y tragar y respirar y correr al mismo tiempo es que todavía no me sale bien) y a partir del Km20 cada vez que había un repecho (subidas a puentes y demás) tb lo hacía caminando, para recuperar.
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A lo largo de la carrera me encontré con infinidad de participantes que llevaban camisetas en las que podías atisbar motivaciones, en la mayoría de las ocasiones me hacía recordar las promesas de los nazarenos en Semana Santa, esas motivaciones íntimas que te llevan a exponer tu cuerpo y tu mente a un esfuerzo capaz de hacerte sufrir más allá de lo que muchos considerarían soportable. Entendí, aunque ya lo intuía, que muchas veces los no profesionales hacemos esto por razones que trascienden lo puramente deportivo.
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Como en el juego infantil de "pillao", esto se puede hacer "por mi y por todos mis compañeros", uno nota que no corre solo, que cada paso, cada respiración, cada latido que tu pulsómetro te dice que da tu corazón, se corresponden con el recuerdo de un ser querido, con el apoyo que durante meses un amigo o un familia te han proporcionado.
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Cuando pasa el "pico" de esfuerzo en el que sudas y el cuerpo está caliente, el ritmo baja y ya no vas tan acalorado, puede que incluso sudes muy poco y te sientes frío, pero es solo por fuera. Por dentro notas los abrazos que has recibido al salir hacia la "capital del mundo", sabes que no corres solo.
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Curiosamente unos días antes de la carrera leí un texto en el que se analizaba minuciosamente las fases mentales por las que atraviesa el participante de un marathon, y creía recordar que al final, en el último tramo, el ánimo podía decaer... no en mi caso.
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Los últimos 5 kms aproximadamente para mi fueron ya casi una fiesta. Iba a un ritmo muy muy suave pero corría casi pletórico, la meta estaba ya ahí mismo, llevaba corriendo más de 6 horas y "solo" tenía que seguir corriendo media horica más de nada... vamos, un paseo.
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El último tramo era como cuando en la tele ves que entran al final en el estadio olímpico. La última calle, paralela al lado corto sur de Central Park, era una fiesta de gente gritando, animando. Al pasar por delante de hotel me llevé la grandísima alegría de que Juan Rigabert, alma mater del equipo con el que corro, "Caravaca es la meta" me pasase una bandera de España con el logo del Año Jubilar de Caravaca de la Cruz. Gracias también a su tesón y su entrega yo estaba allí. Me anudé la bandera al cuello en plan capa y sentí como mis pies volaban por la última milla del recorrido, la última de esas 26.2 millas, y me reía de la leyenda que llevaban impresa unas chicas con las que corrí un tramo en la 1ª Avenida: "¿Por qué no se murió Filípides en la milla 20?".
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Esto se acababa.
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La última curva antes de entrar de nuevo en el parque estaba animada por un escenario desde e que un grupo nos impulsaba con canciones adrenalínicas (¿existe ese palabro?). Una pantalla gigante recogia nuestra entrada en Central Park y yo levanté los brazos entusiasmado.
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Ya dentro del parque unos centenares de metro bajo los árboles servían de pequeño oasis de trenquilidad. Hablé con Mamen y le agradecí haberme acompañado todo este tiempo, le pedí que no me abandonara nunca, como no lo había hecho en este, seguramente uno de los días más duros de mi vida. Me acordé de todos aquellos que ocupan un lugar en mi corazón, mi padres, mis hermanos, mis amigos más queridos, mi pareja, todos aquellos que a lo largo de este año me han animado e incluso hubo tiempo para acordarme de algún otro que cuando le conté en lo que me había metido me decía que esto era solo un capricho y que ya se me pasaría... pues sí, efectivamente, se me ha pasado volando esta carrera, este día, esta vida.
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La pancarta de la milla 26 estaba delante de mi. Solo unos metros. Y claro, cometí el error habitual en que muchos caen tanto con esa pancarta como con la de 42 kms: cruzar bajo la pancarta con los brazos en alto, mirando al cielo, al cruzar la línea te arrodillas, besas el suelo, t levantas... y sigues corriendo. Más que nada pq te quedan todavía DOSCIENTOS PUTOS METROS hasta la línea de meta. Todo un año bromeando, cuando te preguntan cuánta distancia es el Marathon y respondes "cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros". La gente te repregunta asombrada "¿cuarenta y dos kilómetros?" y tú añades divertido "con ciento noventa y cinco metros... que dicen que son los más duros".
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Y lo son. Pasan en un suspiro, pero lo malo es que ya creías que habías terminado... ¿no podían ponerlos al principio?
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Total, que al final incluso traté de hacer un poco de sprint y todo y crucé la meta DE VERDAD gritando aquello de "athenaios, nenikékamen", una de las versiones de lo que dicen que gritó Filíides al llegar a Atenas corriendo desde la batalla de Marathon hace unos 2.500 años. Los más rebuscados dicen que gritó "Atenienses, regocijáos, hemos vencido", los más escuetos y adeptos a la marca del "swoosh" lo dejan en un simple "victoria" ("niké", en griego) y los más adeptos al régimen defienden que le dio tiempo a decir "Atenienses, en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército Persa...".
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Bajo los árboles de Central Park, con la noche ya en el cielo, una medalla colgando de mi cuello y una manta térmica dándome algo de calor, queda el momento de enfrentarse a lo conseguido, de recorrer a solas como 2 kms interminables desde la línea de meta hasta el hotel, con los pies doloridos, un cansancio infinito, los recuerdos de un día único agolpándose con el deseo de hablar con los seres queridos y las lágrimas de felicidad.
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Me siento como en una nube hasta llegar al hotel y pasar por la habitación de Javi. Victoria me abre la puerta y me abraza, Javi está tumbado en la cama. Le abrazo y le beso y su sonrisa me hace olvidar un año de entrenamiento duro, carreras agotadoras, piernas que protestan, madrugones, tiradas largas interminables, kilómetros que parecían elásticos (pero para mal, solo se alargaban), noches solitarias corriendo con música (esa BSO de "Dark Knight) o sin ella (esos podcasts del gran Juan Antonio Cebrián y su "Rosa de los Vientos", esas tertulias de Carlos Alsina en "La Brújula").
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Noches de vencer la comodidad doméstica en las que aprietas los dientes y sales a correr aunque sean las 12 de la noche, haga frío y llueva, noches en las que dices "pues me subo corriendo hasta el Ikea" porque hay que sacar 20 kms de carrera de donde sea.
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Noches en las que Javi y yo terminábamos llamándonos o mandándonos un SMS para comentar el tiempo o la distancia que habíamos hecho, perfilábamos estrategias, planeábamos entrenamientos, competiciones, y alrededor de eso, nuestra vida, todo lo que compartimos, todo lo que hace que someter cuerpo y mente a esta paliza haya sido incluso divertido, esas noches de creatividad literaria cuarentorril, esa Royal Enfield del 46 a medio restaurar, esas salidas moteras, nuestros Satanases del Segura. Y nuestra Mamen. Javi, por ella, por nosotros.
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Gracias por esta carrera que hemos hecho juntos, aunque como no podía ser de otra forma (que para eso estás en mucha mejor forma que yo y terminaste el Marathon en 4:44) en el puente de Verrazano te escapaste y me dejaste con mi trote cochinero y mi inseparable máquina de fotos a cuestas. Recuerda lo que te prometí cuando me dijiste que te ibas a correr el Marathon de Nueva York "me voy contigo... que alguien tiene que hacer el reportaje fotografico". Pues lo prometido es deuda,
aquí está mi reportaje del Marathon de Nueva York de 2009.
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