El Plasmacar casi parece funcionar por arte de magia.
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De la magia de la física, podríamos añadir, haciendo así buena la célebre cita de Arthur C. Clarke que recientemente se mencionaba en la inquietante película "The Box" (de Richard Kelly, director de "Donnie Darko", otra que tal). En fin, al tema. La frase de marras dice que cualquier tecnología lo suficientemente adelantada sería prácticamente indistinguible de la magia. Seríamos públicamente braseados hace 500 años simplemente por usar la tecnología contenida en un teléfono móvil, ese aparatejo que si lo dejasemos olvidado sobre la pianola volveríamos a casa de improviso a por él... y a cerciorarnos de que realmente tenemos una pianola en casa.
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El Plasmacar parece uno de esos artilugios que dejarían a más de uno imaginando que clase de prodigioso mecanismo o compleja energía le permiten transportar a un ocupante de hasta 100 kilos de peso hasta que cae en la cuenta de que algo raro hay en ese movimiento oscilatorio en los brazos en torno al volante del chisme. Y es que el giro del volante hace que las ruedas delanteras se desplacen de manera tal que proporcionan avance.
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Quizá sea más sencillo recurrir a ejemplos de otra naturaleza menos terrestre, la náutica. Al ver el funcionamiento de este vehículo me acordé inmediatamente de la técnica de navegación conocida como ceñida, y que se usa cuando se tiene el viento en contra (no frontalmente, que ahí la navegación es imposible, claro) apurando el menor ángulo posible de oposición.
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Se realizan bordadas sucesivas a ambas bandas y en un momento determinado se gira (o traslucha) para recibir por la amura el poco viento necesario para continuar ese zig-zag que permite recorrer mucha distancia lateral pero aún una considerable en la dirección del viento que teníamos en contra.
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Al final se recorre más trecho pero se llega a donde se quiere, como en el caso de querer cruzar en diagonal una serie de manzanas en una ciudad, no podemos atravesarlas pero podemos bordearlas.
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El Plasmacar hace algo parecido, al girar las ruedas delanteras el coche se desplaza lateralmente, al girar el volante enseguida se desplaza hacia el lado contrario, y poco a poco lo que se consigue con esos múltiples desplazamientos laterales es que el vehículo vaya avanzando. Un poquito de ayuda de la inercia, la fuerza centrífuga, la gravedad y la fricción y ¡voilà!
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Como bien dice el fabricante, solo hace falta la más inagotable de las fuentes de energía: la energía de un niño. Y como a los niños les encanta la magia, seguro que encuentran fascinante el desplazarse a lomos de este singular medio de transporte tan ecológico, por otra parte. En fin, que puede que nos encontremos ante el regalo estrella de estas inminentes Navidades.
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De todas formas igual alguien debería decirle al fabricante del Plasmacar que ya no se llevan los plasmas, que ahora se lleva más el LCD.
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Cortesía de "CHISMECICOS".
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