Alrededor del lugar donde se celebra el banquete de bodas hay un pequeño y encantador bosquecillo.
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Salgo a pasear por el y hacer fotos mientras tras la colina llegan el resto de invitados y su algarabia se pierde en la distancia. Es un paisaje que recuerda a la campiña inglesa. El sol se oculta por detras de los arboles, se aproxima al horizonte buscando el refugio de la noche, los pajaros llenan de musica la luz dorada que resbala por las hojas, una liebre cruza mi camino un par de veces. Ha llovido hoy y junto al reflejo de las nubes en los charcos el aroma de los matorrales me devuelve a un lugar que parece tan lejano como los recuerdos de infancia, pero cruje bajo mis pies la proximidad de la realidad.
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El tiempo parece suspenderse y el crepusculo se alarga para permitirme, en medio de una bulliciosa celebracion en una populosa ciudad, disfrutar de un oasis de los que no tienen palmeras ni dromedarios, sino paz y sosiego.
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